La razón herida de muerte: crisis política en Perú
Desde Perú
Por Percy Encinas
Me duele aquí,
del lado de la Patria.
Cristina Peri Rossi
Un polígono a punto de estallar
Polarización es un término socorrido para entender la violencia política y social que ha estallado en el Perú. Pero se queda corto para describir la realidad peruana, cuya crisis ha escalado en los últimos días, sumiendo al país en una convulsión que indujo a la presidenta Dina Boluarte a declarar estado de emergencia, y a pedir formalmente adelanto de elecciones generales al Congreso, único ente con autoridad constitucional para implementarlo.
Pero no se trata del jaloneo entre dos polos, entre dos extremos que pugnen; no son dos, son más. Una de las cuestiones que añade complicación al problema es justamente la multiplicidad de posiciones desde las cuales diversos sectores jalonean el polígono socio político, con los disímiles recursos (legítimos o no) que tienen a mano. Recursos y desesperación como si de su supervivencia se tratara. En verdad, hay mucho de eso en juego.
Entonces, el caos se ahonda y la beligerancia (de la mayoría de actores políticos) impide la posibilidad de diálogo para un posible entendimiento, para lograr consensos mínimos, para tentar soluciones tan urgentes como elusivas. Todo parece un poliedro con ángulos a punto de reventar por cada lado. En medio de esa tensión hay destrucción y muerte. Los más débiles: jóvenes, personas pobres del interior, desempleados, subempleados, informales, micro comerciantes, policías gravemente perjudicados, hasta escolares pagan con sus vidas.
Lección pendiente, estallido recurrente
Ya nos ha pasado antes pero no aprendimos las lecciones. En muchos casos, quienes pudieron aprenderlas por su acceso a información y a estudios, ni siquiera han querido conocerlas; imperdonable. Por eso, ahora les parece inexplicable todo. Una vez más no vieron venir semejante explosión. Su sorpresa y su espanto hacen recordar a Sebastián Piñera y esposa ante el estallido social de Chile del 2019. Aquí, peor que el vecino del Sur, la estulta mirada sólo alcanza para el desprecio contra las razones profundas del caos, contra quienes se movilizan desde lugares cuyos nombres ni conocen.
Sus títulos universitarios, su manejo de idiomas europeos, sus tarjetas de crédito, sus vacaciones de postal no les sirven para comprender el descontento del Perú profundo y, entonces, con facilidad banal, con pereza para averiguar el fondo del problema e ignorancia para elucidar fuentes creíbles, algunos hasta con mala fe, sólo catalogan de terroristas a quienes se movilizan protestando. Eso azuza el fuego de las hogueras, tanto como celebrar que las fuerzas armadas y la policía disparen a matar: 27 muertos por lo menos hasta el momento de escribir esta nota, todos por proyectiles de armas de fuego, según la Defensoría. También reporta cerca de 300 heridos civiles y otros 290 de la Policía Nacional.
Diálogo de tercos (e insensibles)
El comportamiento de los partidos y actores políticos es, en esta hora violenta, no sólo ineficaz sino deplorable. De ninguno de los sectores en pugna surge una voluntad de concesión, un llamado a la calma ni algún conjunto de propuestas que intenten por un lado, apaciguar la violencia y, por otro, dar señales de un cambio de rumbo en la gestión del país que ofrezca cierto grado de certeza de que la República, por fin, será para todos; especialmente para aquellos que llevan generaciones enteras al margen de su oferta de modernidad: equidad de oportunidades, servicios básicos (que en plena pandemia revelaron la letalidad de su mal funcionamiento), garantía de justicia, paz social.
Pero la promesa de modernidad (surgida en la Europa del siglo XVIII) en la que se sustenta la democracia electoral de nuestros países, tiene un fundamento que le da entidad, que es su condición indispensable: el imperio del logos, en su doble acepción: de pensamiento racional y también de palabra argumentada, de lenguaje puesto en diálogo, inscrito en el nombre de esa institución que debe ser el espacio definitivo para ponerse de acuerdo: el parlamento.
La evidencia de que ese logos está herido de muerte en nuestra política salta a los ojos, salpicada de sangre de la población. Algunos datos lo confirman.
Cómo (no) lograr acuerdos
Los congresistas debatieron entre el jueves 15 y el viernes 16 el proyecto de ley para adelantar las elecciones, que es lo que la gran mayoría de la población quiere. La aprobaron recién para abril de 2024. En plena crispación ciudadana, unos condicionaron su aprobación a que haya reformas previas en las normas de representación política, que suena muy sensato, pero las que proponen son para restaurar la reelección congresal y también el Senado (reponer la bicameralidad), como un desvergonzado cálculo para asegurar su continuidad. Sin importarles que ambas cuestiones ya fueron explícitamente consultadas en un referéndum hace poco, donde fueron categóricamente rechazadas en las urnas por siete veces más votos que la opción contraria, la que ahora pretenden imponer.
Además, muchos de ellos no han disimulado su propósito antidemocrático de, antes de irse, forzar cambios en los entes de poder electoral: Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), en lo que se percibe como un intento de manipularlos, bajo la peregrina tesis de que permitieron un fraude que fue absolutamente descartado, no sólo por observadores y la comunidad internacional, por la OEA, la UE y gobiernos de impensable colusión con el partido ganador del 2021, sino, además, por la transparencia de todos sus procedimientos que se transmitieron en vivo a nivel nacional.
Otros congresistas, incluido el partido Perú Libre con el que llegó al poder Pedro Castillo, para aprobar el adelanto de elecciones exigen como condición que se convoque a una asamblea constituyente o, al menos, a un referéndum sobre ella. Siendo ese uno de los puntos que más rechaza la mayoría del actual Congreso, es una traba segura para no llegar a acuerdos.
Pero así continúa el Congreso peruano con una desaprobación mayor al 80%, con un 44% que se expresa de acuerdo incluso con la disolución ilegal que intentó imponerles Castillo. Siguen sus figuras más visibles (Renovación Popular, Avanza País, Acción Popular) exhibiendo carencia total de capacidad y voluntad de comprender a los millares de personas y organizaciones protestan, a quienes sólo criminalizan. Mientras tanto, los enfrentamientos escalan a niveles de tragedia.
Disparos y disparates del gobierno
El gobierno recién instalado de Boluarte, en medio del escenario político más álgido del siglo actual, hace esfuerzos por controlar y apaciguar una convulsión creciente pero no acierta mucho. Este sábado aseguró que con su renuncia no se resuelve nada y subió el tono de su pedido al Congreso exigiéndole reconsiderar la votación para aprobar el adelanto de elecciones, como desea la gran mayoría del país. Lo hizo en un mensaje que tuvo partes expuestas en quechua, acto simbólico importante para conectar con amplios sectores del interior que reclaman postergación y discriminación, que tienen ese idioma como lengua materna. Sin embargo, tanquetas militares, policías armados, miembros del ejército allanando locales en diversas ciudades, o casas en Andahuaylas y Ayacucho, donde las heridas de fines de siglo aún no han cicatrizado son una forma de revivir una tragedia. Acaso de revelar su continuidad.
Siendo la violencia verbal, uno de los principales factores que azuzan el conflicto, Pedro Angulo, Presidente del Consejo de Ministros, el mismo que respondió a un programa televisivo que no tenía tiempo para ver noticias sobre los disturbios porque estaba ocupado revisando currículos, eligió entre estos a quien dirigirá las comunicaciones de su Alto Despacho: Bruno Chumpitaz, quien en sus redes (https://twitter.com/bchumpitaz) se ha distinguido por la vulgaridad de sus ataques a los que no piensan como él, recurriendo a una de las prácticas que, por injustas e históricamente sensibles, enerva la reacción de quien la padece: el terruqueo. Con eso, la agudización de los conflictos parece garantizada.
Recuperar el logos, parar la sangre
En las últimas horas, este gobierno, sin partido ni coaliciones en el Congreso, cada vez más denostado por las organizaciones populares y los manifestantes sobre todo después de las bajas mortales, busca apoyo en el comando de las fuerzas armadas, en las iglesias católica y evangélicas, y en el gobierno de los Estados Unidos para obtener algún respaldo que exhibir. El partido marxista Perú Libre, cuya fórmula presidencial la llevó al puesto que ahora ocupa al caer Castillo, más allá de su bancada minoritaria en el Congreso, ha anunciado que no le dará tregua en las calles. Boluarte, quien tiene legalmente aún la autoridad máxima del poder ejecutivo, tendrá que ofrecer reformas que directamente empiecen a cumplir las aspiraciones de los más postergados. De aquellos que, incluso con el despropósito autoritario que tuvo, exigen respeto (y hasta la reposición) para Pedro Castillo Terrones. Como antes mostraron simpatía por Alberto Fujimori.
Las fuerzas verdaderamente democráticas deberían ya estar buscando salidas. Éstas no serán ideales. Pero detener el desborde y la represión letal es la prioridad. Tenemos que ponernos de acuerdo. Como dice Mateo Chiarella en su muro de Facebook: “Con armas apuntándonos no se puede, saqueando, quemando, no se puede”. Hay que recuperar el logos: la palabra, la razón. Con desprendimiento. Si en este paisaje caótico, los actores políticos no lo hacen, si no se anuncian nuevas elecciones que partan de procesos democráticos en las agrupaciones de origen, con estricto control de requisitos mínimos para la postulación. Si no se ofrecen reformas sociales suficientes, el Perú seguirá desangrándose.
A Pedro Castillo le apoyan, además del minoritario Bloque magisterial en el Congreso, varias organizaciones de la Asamblea de los Pueblos: la Confederación Nacional Agraria, otras asociaciones campesinas, ronderiles y de profesores, más allá del SUTEP, que fueron la base electoral que le llevaron a la segunda vuelta en las elecciones del año pasado. Y a muchas personas del interior, a pesar de su intento dictatorial, les sigue pareciendo un líder injustamente apresado. Aunque no es la razón que más aglutina las protestas, hay que tenerla en cuenta.