Cultura

Maradona, un hijo del pueblo

En su cumpleaños número 60, se edita un nuevo libro en su homenaje: D10S. Miradas sobre el mito Maradona.

    Diego Armando Maradona es un personaje fascinante por lo futbolístico, lo humano y lo político. Razones por la que se lo retrata en distintas disciplinas, como la literatura, las ciencias sociales, el cine, el teatro, la pintura, la música, entre otras. También por la pasión y devoción que despierta no sólo en la tierra que lo vio nacer, Argentina, sino también en millones de personas alrededor del mundo.  Razones que lo convierten en un mito viviente.
Con incontables homenajes maradonianos  por todo el planeta por sus 60 años de existencia a cumplir este 30 de octubre, sale a la luz otro libro sobre el Diez:  D10S. Miradas sobre el mito Maradona (336 pág. Ed. Octubre 2020) escrito por el periodista Julio Ferrer, con prólogo de Fernando Signorini, preparador físico personal de Maradona durante distintas etapas del Diez (Barcelona, Nápoli,  Mundiales México 86, Italia 90, Estados Unidos 94 y Mundial 2010 Sudáfrica) y una de las personas más importantes en la vida del futbolista. Y con más de 80 entrevistas a figuras de distintas partes del mundo que fueron parte de la vida deportiva e intima de Maradona, desde periodistas como Víctor Hugo Morales, Guillermo Blanco, Ernesto Cherquis Bialo, Horacio Pagani, Adrian Paenza, Alejandro Dolina, el italiano Gianni Mina, futbolistas y dirigentes argentinos como Claudio Paul Caniggia, Héctor Enrique, Miguel Brindisi, César Luis Menotti, Miguel Ángel López; o extranjeros como El Pibe Valderrama, Careca, Alemao, Gianfranco Zola, Bernard Schuster, Ottavio Bianchi y Rino Marchesi; o dirigentes de Derechos Humanos como Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, entre otras/os. Todos ellos dejan una semblanza sobre Maradona con algunas anécdotas, además de destacar la belleza inigualable de su fútbol  y calidez humana.

El niño Diego Maradona.

El trabajo también cuenta con un recorrido de imágenes de Maradona de grandes fotoperiodistas, como Ricardo Alfieri (Clarín, El Gáfico, Soccer Magazine),  José  Pepe Granata (Télam, La Capital de Rosario) y de Renzo Gostoli (Associated Press, Time, Clarín).
Este material novedoso y entretenido por la cantidad y calidad de los personajes logra el objetivo que su autor sostiene en el último párrafo de la introducción: “ un pequeño homenaje al artista por excelencia del fútbol mundial, que conquistó gestas deportivas épicas regalando infinita alegría a la gente con su zurda mágica e inigualable”.
Compartimos con el lector dos testimonios de periodistas que fueron muy importantes en la vida de Maradona, el uruguayo Víctor Hugo Morales y el italiano Gianni Mina:

Diego con Víctor Hugo Morales, en su programa por Telesur.

Barrilete cósmico POR VÍCTOR HUGO MORALES

Llegué a la Argentina en 1981 y arranqué en el programa radial Sport 80, donde varios integrantes del equipo tenían muy buen relación con Diego Maradona: Adrián Paenza, Fernando Niembro y Marcelo Araujo. Así que un día fuimos a una quinta de Diego a jugar un partido de fútbol y a comer un asado. Pero en realidad no fue conocerlo. Yo soy más bien de quedarme al costado de las cosas. Así que lo vi, me guardé el elogio que hizo por un pase que di y no me acuerdo de nada más. Alguna vez hubo un encuentro en un hotel por el mundo, darle la mano, entrevistas que le hice por radio, un par de apariciones en la TV en programas que yo estaba haciendo… Conocerlo, podría decirse que pude hacerlo en el Mundial de Brasil 2014 y en el de Rusia 2018, cuando compartimos el programa De zurda emitido por Telesur.

En sus primeros particos en primera división, con la camiseta de Argentinos Juniors.

Si tengo que definir a Diego como futbolista, es el más grande. Arte y eficacia. Preponderancia y humildad. Si tengo que definir al Diego humano, lo viví en esas experiencias que me tocaron compartir con él, conduciendo juntos De zurda desde Río y Moscú. Redondeó una personalidad generosa, cordial, paciente, sufriente incluso por los pedidos que constantemente recibe. La última noche en Brasil el amor que le trasmitieron los muchachos de la televisión, al cabo de 30 días compartidos, fue de lo más emocionante que viví jamás. Nunca, en los más de 60 días que pasamos juntos en esos mundiales, protagonizó un hecho que lo mostrase como un divo, un tipo impaciente, disconforme con algo. Adoré a Maradona. Ya lo tenía por bueno, lo quise siempre, acaso por gratitud, pero ahora tenía las “pruebas”: un hombre bueno, con una vida casi imposible, porque todos esperan algo de él.
He tenido la fortuna de vivir junto al Diez infinidad de momentos deportivos, algunos de los cuales me siguen asombrando y conmoviendo. Como una actuación de Diego en Florencia, ciudad tan artística e inspiradora, que no olvidaré nunca. Fue contra el equipo local en una despedida de Bertoni. También su posición de número 5 aguantando los trapos contra Australia en el pre-Mundial del 94. O el gol a los griegos en el primer partido del Mundial de los Estados Unidos.
Me han preguntado en varias oportunidades si cuando vuelvo a ver el video del segundo gol de Diego a los ingleses, en México 86, sigo encontrando algo nuevo a esa obra maestra del fútbol y a mi relato apasionado sobre el barrilete cósmico. Raro es decirlo… lo veo cada vez más rápido, con más sol, como si avanzara dentro de una luz divina.
Cuando veo a Diego dirigir nuevamente en el fútbol argentino, me da alegría. Cualquier hecho que a ese hombre le dé un poco de felicidad, paz, entusiasmo, ilusión, desafío, lo valoro. He visto partidos sentado con él en los mundiales, y cada apreciación que formula es un manual de conocimientos futboleros.
Él le metió el gol a los ingleses porque se adelanta a lo que puede pasar. Él vio la jugada, tal como fue, desde que arrancó en la mitad de la cancha. Lo supo antes, si no la habría pasado. Maradona, de diez, elige diez veces el pase. Pero supo lo que iba a suceder, y se dejó llevar…

La lealtad POR GIANNI MINÁ

Mi relación con Maradona siempre ha sido muy franca. Respetaba al campeón, el genio de la pelota, pero también al hombre, sobre el que sabía que no tenía derechos sólo por ser él una figura pública y yo periodista. Por esta razón creo que siempre ha respetado mis derechos y mi necesidad, a veces, de hacerle preguntas difíciles. La comunicación moderna a menudo supone que un artista, sólo por su fama, estaría obligado a decir siempre que sí a las supuestas necesidades periodísticas y comerciales de la industria de los medios. Las negativas de Maradona, quien a menudo ha rechazado esta lógica ambigua, han sido criminalizadas muchas veces. Un destino que no es compartido, por ejemplo, por Platini, quien como Diego siempre ha dicho “no” a esta arrogancia del periodismo moderno, pero ha tenido la previsión de no hacerlo brutalmente, sino más bien con una sonrisa sarcástica al engreído reportero que “después de lo que escribiste hoy, estás descalificado por seis meses. Vuelve a mí al final de este tiempo”. El irónico francés estaba seguro de que su interlocutor –asaltado por la vergüenza– no respondería y que la Juventus lo protegería de cualquier controversia posterior. En Maradona, esta protección en Nápoles no se otorgó. Por el contrario, para tratar de no pagarle los últimos dos años de contrato, a pesar de las muchas victorias que le había dado en pocos años, en 1991 se preparó una trampa alrededor de un doping en un partido con Bari, y se lo obligó a abandonar Italia rápidamente. Sin embargo, nadie, ni el presidente Ferlaino ni sus compañeros (que por este motivo todavía lo adoran), ni los periodistas, ni el público de Nápoles, han tenido alguna razón para dudar de la lealtad de Diego.

Diego con el periodista italiano Gianni Miná.

En este breve recuerdo, y para confirmar esta declaración, quiero relatar un episodio simple sobre nuestra relación de respeto mutuo. Para la Copa Mundial de 1990, con la ayuda del director de RAI Uno, Carlo Fuscagni, tenía un espacio por la noche, después de las últimas noticias, donde proponía retratos o testimonios del torneo, fuera de los tópicos habituales. Sin embargo, esta pequeña transmisión titulada “Zona Cesarini” había despertado la molestia de los jóvenes reporteros que ocupaban en esa temporada todo el espacio posible del día o de la noche. La circunstancia no había escapado a Maradona, y conté con toda su simpatía y colaboración. En la tarde anterior a la semifinal Argentina-Italia en el estadio de Fuorigrotta, en Nápoles, frente a una audiencia dividida entre el amor por nuestro equipo nacional y la pasión por él, Diego me prometió por teléfono: “Sea como sea voy a ir a tu micrófono para darte mi comentario. Y quiero aclarar, sólo a tu micrófono”. El juego fue como todos saben. Gol de Schillaci y empate de Caniggia por una salida algo imprudente de Zenga. Luego suplementario y penales con el último, el fundamental, marcado precisamente por el que los napolitanos entonces llamaban “Isso”, es decir, Él, el Dios de la pelota. El ambiente reflejaba una gran inquietud. Maradona, por segunda vez en cuatro años, había llevado a la Argentina a la final de una Copa del Mundo, que Alemania, unos días después, le robaría por una penalización del árbitro mexicano Codesal, yerno del vicepresidente de FIFA Guillermo Cañedo, que como Havelange, el presidente brasileño del máximo organismo, no habrían soportado dos victorias consecutivas de Argentina durante la última parte de su gestión.
En ese contexto, esa noche yo tenía todas las chances de que Maradona abandonara nuestra cita. Pero en cambio no alcancé a bajar al vestuario cuando, desde la enorme puerta que separaba los cuartos de baño de las salas de televisión, apareció Diego, vestido con la ropa de juego, sucio de barro y pasto. Había, es cierto, en su mirada una expresión un tanto irónica de desafío y venganza hacia un ambiente que en esa Copa del Mundo no le había perdonado nada. Pero también estaba su culto a la lealtad que, por ejemplo, registraba que sólo había sido expulsado del campo un par de veces en casi veinte años de fútbol. Comenzamos la entrevista, la más codiciada del mundo en ese momento. Era un programa grabado que se emitiría media hora después, porque más de treinta años en la RAI no me habían hecho “merecer” el honor de la transmisión en vivo, concedido a los gusanos más inútiles. Pero a la mitad de la nota nos interrumpieron brutalmente, no tanto Galeazzi (a quien Diego le hizo un par de bromas) sino algunos de esos reporteros de asalto que consideraban que la RAI era suya y que, a pesar de tener un puesto cerca de los entrenadores del equipo, también querían tomar el que estaba entrevistando a Maradona. El Pibe de Oro los cortó: “Estoy aquí para hablar con Minà. Lo tenemos combinado desde ayer. Si me necesita, comuníquese con la oficina de prensa de la Selección. Si hay tiempo, le daremos unos minutos”. Esperó a mi lado hasta terminar la entrevista con un intrépido entrenador de fútbol italiano dispuesto a hablar en esa noche de desolación, y luego se sentó nuevamente y terminamos nuestro diálogo interrumpido. Ese testimonio especial, de unos veinte minutos, también fue solicitado por los colegas argentinos, y se emitió después de las noticias de la noche. Fue una entrevista única y periodísticamente irrepetible, sólo por el hábito de Diego Maradona de mantener la palabra dada.
Hizo lo mismo en el Mundial de Estados Unidos del 94 después de haber garantizado la participación de la querida Argentina en el partido de play off contra Australia y participado de tres juegos al comienzo de la Copa, antes de que lo pararan. Vale la pena recordar que la federación de su amado país ni siquiera había enviado un abogado para desestimar legalmente la imputación que se le hacía: “Preferían perforar el corazón de un niño con un cuchillo”, comentó Fernando Signorini, su entrenador y asesor, cuando nos encontramos a la mañana siguiente y le pude hacer la entrevista que habíamos acordado.
En resumen, esta forma de comportarse como adulto y como niño lo llevó a superar todas las adversidades y peligros de su vida, incluso aquellos que parecían imposibles. Desde el barro de Villa Fiorito, en la provincia de Buenos Aires, donde comenzó su aventura como el mejor futbolista de la historia, hasta la militancia política en los partidos progresistas latinoamericanos por los que puso su cara muchas veces. Ningún jugador ha ido tan lejos.

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