Pensar o “enroscarse”: el abismo y las seguridades
Por Verónica Scardamaglia, lic. en Psicología especializada en Educación (MN 20000)
Vivir muchas veces implica “desnaturalizar” e interrogar cómo sucede lo que sucede.
Toda forma de gobierno (de la vida, de las organizaciones y de las sociedades) produce sus gobernadxs, y también las formas de lucha y resistencia contra esas formas de gobierno.
Toda práctica social no es natural, sino históricamente construida desde sistemas políticos. Vivir muchas veces implica “desnaturalizar” e interrogar cómo sucede lo que sucede; es decir, cómo y cuándo esto se ha armado así, sabiendo que podría haberse armado de otra manera. Esto nos llevará a pensar de otro modo, a “deconstruir” lo construido.
La deconstrucción implica el ejercicio de interrogar la construcción de hechos, conceptos, acontecimientos, prácticas, para desarmarlos y poder pensarlos de otro modo. Se refiere al mismo ejercicio que propone la «elucidación crítica»: “Elucidar es el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que piensan”
¿Qué significa pensar? ¿Cómo, cuándo y para qué pensamos? ¿Es lo mismo pensar que enroscarse? ¿Se dominan los pensamientos? ¿Se eligen?
Estas preguntas vienen recorriendo la historia social desde las primeras formas de agrupación humanas. Pensar no implica aferrarse a seguridades, explicaciones, entendimientos y certezas. Pensar implica ese acto peligroso, maravilloso y aterrador al mismo tiempo, que nos ubica al borde de un abismo. Pensar es ya no poder volver atrás. “Existen pensamientos que “tiemblan”: oscilando y no decidiéndose, se mantienen en una zona extraña, indiscernible, indeterminable, inaferrable, inapropiable. Tiembla lo que está en peligro, lo que carece de fundamentos sólidos, lo que se expone al riesgo de la no-seguridad, de la no-conservación”, según asegura la pensadora argentina Mónica Cragnolini.
La época en la que nos ha tocado vivir vende seguridad y nos ofrece todo un mercado lleno de incontables posibilidades para no pensar, para hacer crecer los automatismos y la estupidez. Divertimentos y entretenimientos varios que asumen múltiples formas: pastillas de todos los colores, pantallas de todos los tamaños, series con temporadas infinitas. Prácticas sociales que garantizan también el aislamiento, el individualismo y la quietud, no sólo la estupidez. Prácticas sociales que fomentan egoísmos y “opinología”, que promueven la proliferación de cronistas y panelistas. Formas que hacen hablar sin saber y juzgar sin conocer. Formas propias del sentido común que, como solía decir el intelectual argentino Nicolás Casullo, “siempre es de derecha”.
Pensar significa ir más allá. Más allá de lo bueno y de lo malo, más allá de la moral. Implica permitirse vacilar y sospechar de lo ya conocido. Implica descolonizar las formas, esto es, historizarlas, sabiendo que la historia ya ha comenzado mucho antes de que nosotrxs llegáramos allí.
Pensar no es repetir, no es obedecer.
Están allí, soportando sometimientos, imprimiendo en sus cuerpos horas y horas de aguantar exposiciones, muchas veces, arrogantes. Algo lxs sujeta allí y el dispositivo pedagógico opera. Lxs enreda, lxs captura, lxs clona, lxs disuelve. Algunxs vienen de lejos. A muchxs no les interesa estar ahí, pero están, ansían irse pero se quedan. Muchxs creen que permaneciendo ahí, serán “alguien”. A veces se lxs ve inmovilizadxs, otras aburridxs, otras pareciera que están en alguna otra parte, otras se meten adentro de alguna pantalla. Parecen freezados en sus posibilidades de pensar hasta que algo lxs detona. O no. “Es que estamos acostumbrados”, “sabemos repetir”, explican como excusándose. “Fuimos enseñadxs”, podrían justificar. Saben del éxito de repetir lo esperado, de vender lo leído, de ponerse el cassette para decir lo que se cree que se espera de ellxs. Saben del “éxito” de suspenderse en instantes eternos o de completarse copiando alguna carpeta.
El pensador Michel Foucault ubica al pensamiento como aquello que lucha contra la estupidez.
Hasta aquí podría tratarse de estudiantes, podría tratarse de docentes, podría tratarse de funcionarios. Podríamos situar algo de esta escena en algunas aulas, en algunas oficinas. Quienes hayan aprendido a anestesiar sus cuerpos y cuya situación socioeconómica lo permita, llegarán a la universidad. Pareciera ser condición de llegada para la pertenencia académica, dejar atrás las inquietudes adolescentes y entregarse a las quietudes que los claustros académicos ofrecen. Pareciera raro pensar en la universidad, en la escuela. Que el pensamiento acontezca en las aulas. Que el pensamiento irrumpa e interrumpa el dispositivo pedagógico. El pensador Michel Foucault ubica al pensamiento como aquello que lucha contra la estupidez.
Algo de esta época, algo del dispositivo pedagógico actual pareciera dar lugar a la estupidez y, muchas veces, pareciera dejarse atrapar por ella. ¿Cómo evitar, en algunos momentos, las capturas de esta maquinaria estupidizante? ¿Cómo no dejarse tomar por ciertas prácticas si hemos sido producidos por ellas? ¿Cómo desactivar la operatoria intimidante del miedo, de la transacción, de la obligación vacía?
Quizás la posibilidad de situar las formas a través de las que esta maquinaria opera, nos permita, por instantes, desmontarlas. Quizás en el trabajo con otrxs, en el conocimiento de las luchas y las resistencias ya experimentadas, podamos alertarnos y liberarnos de nuestras capturas. Consiste en evitar reducir la lectura de los discursos sólo a su dimensión de palabras, de no dejarse atrapar por el juego binario que algunas teorías proponen: verbal-no verbal, verbal- corporal, implícito-explícito, manifiesto-latente. Se trata de situar la necesidad de “abrir las cosas para extraer de ellas su visibilidad”, “de hender las palabras para extraer de ellas los enunciados”. Nos desafían a “que el ojo no se quede en las cosas y se eleve hasta las visibilidades. (…) a que el lenguaje no se quede en las palabras y alcance los enunciados.”
Sabemos que ambas dimensiones son mutuamente irreductibles, sabemos de la disyunción entre ver y hablar, pero también sabemos que ver y hablar se abrazan entretejidos por una dimensión que, al mismo tiempo, se encuentra fuera de ellos.
“¿Qué es lo que somos hoy capaces de decir, qué somos capaces de verv?” Nos desafían a ir más allá de nosotrxs mismos. Para ello discutiremos la noción de interpretación.
Quizás pensar implique el desafío de dejarse llevar por senderos desconocidos que, a veces, ofrecen una hermosa playa y otras un precipicio. Sabemos que pensar no otorga garantías, pero asegura un viaje que muchas veces amplía nuestrxs márgenes de libertad.