Les viejes y la mar
Por Gabriel Katz
Santiago es un viejo pescador que todos los días sale con su barco en busca de peces por las aguas cubanas del Caribe. Es un hombre solitario, curtido por la vida, acostumbrado a la dureza del mar y las inclemencias del tiempo. Su joven ayudante lo abandona tras 84 días sin conseguir pescar nada junto a él. Pero el viejo no se rinde: sale una vez más, buscando su suerte. Y la consigue: un gran pez cae en su trampa. Es enorme, pero la valentía de Santiago consigue capturarlo. Sin embargo, en los días que duró la travesía de vuelta a tierra los tiburones devoran poco a poco al gran pez sin que Santiago pueda evitarlo, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas. El viejo pescador arriba al puerto derrotado, con la espina del pez como único trofeo. A pesar de ello, los restos del animal sirven como prueba de la gran hazaña y le devuelven el prestigio y la admiración perdida.
Esta es la síntesis de la mítica novela: “El viejo y el Mar”, de Ernest Hemingway.
Aprovechando mis días de vacaciones familiares en la costa y mi temprano despertar, decidí salir a caminar por la playa para saber de qué se trata este combo: mayores-playa-pandemia.
Las personas mayores son las que mejor se cuidan en esta pandemia. Esta afirmación, deviene y es la conclusión de varios estudios realizados en distintas partes del mundo. Señaladas, y en muchos casos estigmatizadas, como grupo de riesgo, disfrutan de sus vacaciones con fórmulas propias que combinan el cuidado, la protección y el disfrute.
“No cambio la playa ni el vino por nada en el mundo”, dice Teresa a los 79. “Vengo a Valeria del Mar desde muy joven. Ahora creció mucho pero mantiene el encanto”. Teresa confiesa que extraña los abrazos presenciales de Martin, su nieto de 16 años. “Siempre le digo a mi nieto que no se meta en ninguna fiesta clandestina, que cuando esto termine vamos a tener tiempo de celebrar”. Teresa anda relajada por la arena y por la vida. Hace yoga dos veces por semana por zoom y es fanática de los crucigramas. “Te voy a regalar mi frase de cabecera: el sol es mi mejor medicamento”.
Osvaldo es de Quilmes, tiene 76 años. Veranea en Ostende desde hace 15 años. “Vengo a la playa a las 8 de la mañana. Me levanto todo los días y pienso, dentro de poco me doy la vacuna. Es como un rezo, estoy seguro que se va a dar”.
Mercedes tiene 79 pirulos, como a ella le gusta decir y es de La Plata. Se armó un kit que lleva todos los días a la playa: “Nunca me falta en mi canasto el protector solar, el alcohol en gel y el barbijo”. Se muestra esperanzada con la llegada de la vacuna: “Sabes las que pasé en mi vida, no me va a pasar nada si espero un poco más”. Es maestra jubilada y cocinera amateur: “si me llaman de Masterchef sabes cómo gano”, asegura risueña.
Juan vive en el barrio de Almagro, en la Ciudad de Buenos Aires. Tiene 80 años y se “escapó” para la costa unos días con un amigo. “Aquí estoy, en la playa, con mi galera y mi bastón”. Su galera es un gorro piluso que le queda pintado. Juan está muy optimista con lo que se viene: “La vacuna es una luz al final del túnel, yo me abrazo a esa luz”, dice emocionado.
Zulema tiene 81 años y hace 20 se fue a vivir a Pinamar. “Esto es parte de mi rutina: vengo a la playa a las 8 de la mañana y me voy cuando llega la mayoría de la gente, no lo hago por el coronavirus, siempre hice lo mismo”. Dice que es jubilada, que tiene por las dudas el carnet de PAMI en la billetera, pero que no toma remedios: “No hay como el agua de mar, es relajante y muy terapéutico”.
Carlos, de 76 años llega todos los días a la misma hora a la misma playa de Pinamar con su perro Wilson de 8 años. “No me saco el barbijo ni en la playa”, dice. Reconoce que le da un poco de enojo la aglomeración de adolescentes que se da en las playas y en fiestas, pero no los culpa. “Ojo, no son todos los pibes, pero algunos se pasan, igual los entiendo, mucho tiempo adentro”.
En tiempos de pandemia, una gran cantidad de personas mayores han logrado reinventarse y desplegar toda su experiencia al servicio del cuidado y también del disfrute.
“El viejo y el mar” es un emotivo relato cargado de simbolismo, en el que Hemingway trata temas como la soledad, la vejez, la sensación de cercanía a la muerte, y la nostalgia. En la belleza del relato, se destaca la eterna lucha contra las adversidades, la dureza de la vida, el poder de la voluntad y la importancia de la dignidad humana.
Más allá de los prejuicios, muchas viejas, viejos y viejes son ejemplos de paciencia, perseverancia, y de superación personal. Sólo hay que saber mirar y escuchar con atención: en los pueblos, en las ciudades y también en las playas. Ahí están, navegando y surfeando los mares del coronavirus.