Epecuén: La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
por Pablo Fernández Alberti
Volvíamos de la Patagonia. El viaje tenía algunas peripecias para coincidir, casual o intencionalmente, con localidades marcadas por obras del Arq. Salamone, el creador del impresionismo pampeano, quien plantó monumentos arquitectónicos en la llanura bonaerense. Pero eso será otro capítulo.
Después de dormir en Gral. Acha, lugar donde terminamos la ruta del desierto, partimos a Carhúe, con la intensión de ver las ruinas de Epecuén y el matadero diseñado por Salamone (sí señor, diseñado!! No hay cosa que me moleste más que se hable de la obra de un arquitecto como la construcción del mismo, porque… los edificios los construyen los albañiles!)
Llegamos a Carhúe y encontramos una ciudad completamente vacía, con absolutamente todo cerrado, cosa que es común en el interior y sobre todo al mediodía, pero nunca deja de sorprender al porteño que siempre espera encontrar un chino abierto para procurarse una comida fugaz e improvisada.
Finalmente almorzamos en una estación de servicio y de ahí, directo al Matadero y a Epecuén!!
Epecuén se puede contar o explicar como tantas desventuras argentinas, a través del tango, que a modo de relato premonitorio, karma, o vaya uno a saber que, ofrece categorías para analizar, por lo menos desde lo fenomenológico, sucesos de nuestra historia reciente.
Epecuén, Cuesta abajo
“Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.”
En 1877 se funda Carhúe, que apenas era un fuerte luego que la Campaña del Desierto arrasara con los pueblos originarios. Paso siguiente, como solía ocurrir, a principios de 1900 llegaría el ferrocarril, lo que dará la posibilidad de acceso masivo a la laguna de Epecuén.
Esta laguna tiene agua mineralizada y salada, muy salada (tanto o más que el Mar Muerto). Esto se debe a que es la última de seis lagunas, llamadas “Encadenadas del Oeste”. Es la última y la más baja, por lo tanto, recibe el agua de las otras cinco. Luego se evapora y deja depositados los minerales que fueron arrastrados (ya alguno estará adivinando el final, imagínense viviendo en un pH con 6 patios y que cuando llueve el último patio recibe el agua de los otros 5, sí señor!! a ponerse las botas).
Esta propiedad del agua, según dicen, es casi mágica. Cura o mejora diferentes dolencias causadas por enfermedades reumáticas, de la piel, anemias, diabetes, etc.
En 1921 se crea el balneario y en 1922 se hace el primer loteo, desde ese momento arranca la construcción de comercios, viviendas y hoteles constituyendo lo que será “Villa Epecuén”, un centro turístico que en los ‘70 llego a recibir en los veranos alrededor de veinticinco mil turistas.
“Si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa el coraje de querer”
En la década del 30, un periodo de sequía hace que la laguna se retire varios metros. Esto hacía fracasar las temporadas turísticas, el hotel que estaba “a pasitos de la laguna” terminaba quedando a muchos metros, y a los bañistas no les encantaba meterse en una sopa espesa de 10 centímetro de profundidad.
Los caceroleros de la época reclamaban obras que pudieran darle estabilidad a la laguna, lo que implicaría la estabilidad de los negocios turísticos montados alrededor de ella.
Después de diversas obras de distinta envergadura, que dieron más o menos (mas tirando a menos) resultados, en 1975 arranca la megaobra que, prometían, daría una solución final y definitiva al problema de la cota de la laguna Epecuén: El Canal Ameghino. Este canal uniría las “Encadenadas del Oeste” y en tiempo de sequía, permitiría derivar agua a la laguna.
En el 76, con la dictadura militar, entre tantas cosas truncas, la obra del Canal Ameghino se paralizara y Epecuén será la metáfora de como a la Argentina la tapa el agua.
“Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener… Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer”
Nuestra vida es breve, lo suficiente como para no ser testigos de algunos procesos naturales, en este caso, no podemos ser observadores de la evaporación de miles de millones de litros de agua de una laguna.
Entonces sucedió, así como la sequía retiro la laguna en los ´30, en los ´80 una temporada de lluvia la trajo de una manera imparable y feroz.
Como quien tapa el sol con la mano, se emprendió la construcción de una muralla que contenía el agua del otro lado de la Villa, la cual se fue elevando año tras año hasta que el 10 de noviembre de 1985 cedió y la laguna se tragó a Villa Epecuén por 20 años.
“Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá”
Lo que sigue podemos imaginarlo, los pobladores de Villa Epecuén fueron trasladados a Carhúe obligados a emprender una nueva vida o a morir de tristeza. El estado expropio los terrenos de la villa y quienes no optaron por hacer un juicio (eterno) fueron indemnizados, para ponerle el moño a la desgracia, en Australes.
Hoy la laguna se retiró y dejo al descubierto las ruinas de la villa, al llegar uno es recibido por cientos de árboles cadavéricos asesinados por la salinidad del suelo y un paisaje post apocalíptico y devastador.
Me pregunto si hay moraleja, aunque, ¿qué hacemos los argentinos con las moralejas?