La Casa de la Memoria Imprenta del Pueblo Roberto Matthews
La historia de la imprenta subterránea que el PRT-ERP instaló en Córdoba y la dictadura convirtió en un centro clandestino de tortura y desaparición.
Recuperada por familiares y militantes, hoy es un espacio para la discusión política y fue señalizada como Sitio de Memoria.
Cuando las fuerzas represivas tomaron por asalto la casa de Fructuoso Rivera 1035 de la Ciudad de Córdoba, no encontraron a nadie. Era el 12 de julio de 1976, y dos días antes había caído la imprenta que el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) tenía en Buenos Aires. Victoria, Héctor, Matilde y Miguel fueron alertados y dejaron la casa llevándose lo puesto. El coronel Carlos Alfredo Carpani Costa no sólo vio frustrada su intención de secuestrar a los militantes, sino que le llevó días descubrir lo que allí se escondía: la imprenta que editaba por mes 120 mil ejemplares de los periódicos El Combatiente (órgano del PRT) y Estrella Roja (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo-ERP).
Bajo tierra
Victoria Abdonur, Héctor Eliseo Martínez y sus tres hijos simulaban ser una familia más del Barrio Observatorio de Córdoba. La casa de la calle Fructuoso Rivera no se diferenciaba de las típicas viviendas de clase media y trabajadora que poblaban las 80 manzanas de este vecindario. Héctor instaló en el fondo un taller de herrería, Victoria salía a hacer las compras y los hermanitos jugaban en el patio y la vereda.
A mediados de 1973 se inició una rutina: los lunes por la mañana Victoria salía a barrer la vereda, hablaba con vecinas y observaba el movimiento de la cuadra hasta que llegaba Héctor en la F100. Una vez adentro, se cerraba el portón y de la camioneta bajaban, con los ojos vendados, arquitectos, albañiles o ingenieros. En ocasiones eran miembros de Tupamaros, del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia o del PRT boliviano. Desde que ingresaban y hasta el sábado se dedicaban a la tarea de construir una bóveda subterránea para la instalación de una imprenta clandestina.
Con su trabajo de herrería, Víctor lograba disimular el ruido de excavación y construcción. Se removieron 220 metros cúbicos de tierra que eran depositados en bolsas, sacados de la casa en el doble fondo que tenía la F100 y arrojados al río. Con el propósito de no llamar la atención, Victoria se trasladaba a otro barrio para hacer las compras de la mercadería necesaria para cocinarles a todos. Un año y medio llevó construir la bóveda de 16 metros de largo, 3,80 metros de ancho, 2,50 metros de altura y ubicada a ochos metros de profundidad.
Cuando se ingresaba a la casa se pasaba por una galería a la que daban todas las habitaciones, hasta llegar a la cocina. Allí se camuflaron las dos entradas a la bóveda. Una pequeña, con cuatro mosaicos de 30x30cm que tenía una escalera pegada a la pared tipo marinera y por allí se bajaba de forma individual. Una vez abajo, de manera mecánica se cerraba la tapa y a la vista se transformaba en el piso de una alacena. El otro ingreso tenía una tapa de 1,50×1,50mts que se accionaba con un contrapeso, y cuando quedaba abierta,funcionaba un montacarga. Si se cerraba, desde adentro se fijaba con unas tuercas y encima se colocaba una heladera.
Walter, el hijo mayor de Alicia y Héctor, recuerda con emoción: “yo jugaba con la tierra que sacaban, para mí eran como tíos que venían a trabajar a la casa.
Fui creciendo y mi papá me decía que todo esto que hacían era para construir un mundo mejor. Que nosotros teníamos comida, que podíamos vestirnos, jugar, ir al cine, pero que un montón de personas en la Argentina y en el mundo no podían hacer lo mismo. Me decía que si yo tenía dos camisas, podía darle una a otro chico que no tuviese. ¿Para qué quería tener dos pelotas de fútbol si yo jugaba con una? Entonces que le diera una a otro chico. Básicamente eso es el tan temido marxismo-leninismo”.
Desde Alemania se trajeron dos impresoras offset que representaban lo más moderno de la época. Una idea madre sostenía el proyecto. “Para hacer la Revolución, hay que crear una subjetividad revolucionaria”. Para llevar adelante esta tarea, otros dos integrantes del PRT-ERP se capacitaron en lo necesario para que funcione la imprenta: Matilde Sánchez y Miguel Barberis en dos meses se convirtieron en obreros gráficos y, guiados por Luis Aguirre, pusieron mano a la obra para la edición clandestina de los miles de ejemplares de periódicos que se distribuían por Córdoba, Santiago del Estero, Jujuy, Catamarca, Tucumán, Salta, La Rioja y Mendoza.
Luis Aguirre relató meses antes de morir, en junio de 2022 que “las máquinas eran dos Cabrentas, Cabrera-Garaventa. Éstas eran offset, que trabajaban con tinta y agua, y una chapa que imprimía el papel. Tuvimos que aprender todo, desde doblar papel, cortar papel, poner el papel y hacer andar las máquinas… Regular los tornillos que manejaban el agua y la tinta. Porque si entraba mucha agua, no imprimía. Si entraba mucha tinta, se pegaba. Y si se paraba la máquina había que, inmediatamente, poner goma laca. Tuvimos que aprender todo a la velocidad de un cañón”.
Ocupación, apropiación y restitución
Lo primero que hacen los militares cuando invaden la casa y la imprenta en julio de 1976, es saquearla. La propiedad quedó en manos de la Brigada Aerotransportada 4 del Tercer Cuerpo del Ejército, que la conviertió en un centro clandestino de detención y tortura. En busca de información sobre el destino de los habitantes de la vivienda, los represores secuestraron a María “Maruca” Abdonur, hermana de Victoria. Con los ojos vendados se la llevaron para interrogarla. Recibió agresiones verbales y físicas, y cuando pudo correrse la venda, descubrió que estaba en la cocina de la casa de Victoria y Héctor. Días después fue trasladada al centro cladestino Campo de la Ribera. Luego de 15 días fue liberada.
Por medio de una causa federal, el poder judicial se apropió de la vivienda en 1979 y se la entregó a un ordenanza para que viva con su familia. En 2005, con el impulso de César y Walter (hijos de Victoria y Héctor) y la representación legal de Carlos “Vasco” Orzaocoa y Pedro Salvadeo, se inició el proceso para recuperarla. Luego de 14 años de litigio legal, en marzo de 2019, se restituyó la vivienda a sus herederos.
La historia de un nombre, el recuerdo de un compañero
Después de 43 años de apropiación se pudo bajar nuevamente a la bóveda, y en las paredes aún vivían las huellas de la militancia. La pintada con la sentencia de Lenin “Hay que preparar hombres que no consagren a la revolución sólo sus tardes libres, sino toda su vida”, muestra el compromiso de Victoria, Héctor, Matilde, Miguel y la voluntad que motorizaba a miles de jóvenes de los 70.
Otra leyenda, dice: Imprenta del Pueblo Compañero Roberto Matthews. Fue la manera de homenajear a otro militante del PRT-ERP. Roberto Matthews era el encargado de repartir las ediciones de El Combatiente y Estrella Roja que se imprimían en Buenos Aires. En 1974, un retén militar descubrió lo que llevaba en el doble fondo de la camioneta, lo detuvieron y desde entonces está desaparecido. A l enterarse de su detención, los compañeros de la imprenta de Córdoba tomaron la decisión de ponerle su nombre, y así quedó estampado en la pared subterránea.
¡Presentes, ahora y siempre!
Cuando Victoria Abdonur junto a Héctor Martinez y sus tres hijos, Walter, Laura y César, huyeron de la casa, decidieron también abandonar Córdoba. Lo mismo hicieron Matilde Sánchez y Miguel Ángel Barberis. Las dos parejas se instalaron a pocas cuadras de distancia en Moreno, provincia de Buenos Aires. El 22 de mayo de 1977 una patota militar secuestró a Matilde y Miguel. Ese mismo día, Héctor fue asesinado frente a su familia y Victoria se entregó, a cambio de que los hijos salvaran sus vidas. Desde entonces los cuatro permanecen desaparecidos.
Espacio de vida
“Este espacio siempre fue un lugar de vida; era un lugar de reuniones permanentes, de análisis de la situación política del momento. y esto sigue sucediendo hoy de una manera muy natural, porque todo el arco militante, las organizaciones sociales y políticas se apropian del lugar”. Así relató a Agenda Sur Jesús Tello, del equipo de recuperación de la imprenta. Y esto se vio expresado en el acto de señalización como Sitio de Memoria, el pasado 23 de julio.
Numerosos integrantes de distintas organizaciones se hicieron presente para escuchar las palabras de Walter Martinez, (hijo de Victoria y Héctor); de Carlos “Vasco” Orzaocoa, (abogado de DDHH e integrante del equipo de recuperación); de Alicia Bello (compañera de Roberto Matthew): de Lorena Battistiol (directora Nacional de Sitios y Espacios de Memoria), entre otros. Además, las expresiones artísticas, como la Comparsa de sikuris Uchimar y el Grupo Paganas Danza mostraron los sueños que persigue desde su recuperación La Casa de la Memoria Imprenta del Pueblo Roberto Matthews.
Tres etapas marcan la historia de La Casa: la primera llena de lucha de una militancia convencida de la posibilidad de una revolución socialista en el país, y donde la imprenta era un instrumento esencial para la difusión de las ideas que ayudarían a concretarla. La segunda etapa duró dos años y está marcada por el terror. Mujeres y hombres perseguidos por su activismo político y social permanecieron detenidos y sometidos a torturas. Muchos de estos militantes fueron asesinados o continúan desaparecidos. Y esta tercera etapa que se inició en marzo de 2019, con el objetivo de no olvidar y de continuar con el sueño de sus compañeros.
“Acá estuvo presente el horror, pero también la vida, la poesía, la cultura y, sobre todo, por lo que luchamos, y eso es lo que vamos a rescatar” (Carlos “Vasco” Orzaocoa).
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