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Panorama político: Las curvas, rectas y chicanas

Esta carrera, inédita en la historia de la humanidad en general, y de la Argentina en particular, está plagada de imponderables, dificultades y tensiones. Nadie conoce el circuito, ni siquiera los mejores expertos epidemiólogos/as e infectólogos/as que integran el equipo del piloto Alberto Fernández. Como si fuese poco, el auto argentino no es precisamente lo que se dice “un Fórmula 1”; el equipo que lo condujo los últimos años lo dejó fundido. Tampoco se sabe cuánto durará la carrera, adónde nos llevará ni en qué terminará: cómo será al final el mundo económico y social. Esta competencia es tan trágica que, se sabe, hay y habrá lamentablemente muchas muertes. De hecho, el podio estará integrado por los países que terminen socialmente lo menos diezmados posible. El premio, la salud. La otra consecuencia innegable, la economía. Hasta aquí, Argentina la “maneja”, en términos relativos, bastante bien, según la opinión de quienes verdaderamente saben de la carrera por la salud, que no son precisamente los comentaristas de radio y televisión de micrófono fácil. La “curva de contagios” está achatada y se logró extender de tres a 17 los días para la duplicación de casos. Pero falta mucho, y falta lo más difícil. Las presiones subsisten, la gente se cansa y las diferencias políticas, si no parecen graves aún, seguramente irán en aumento lenta pero indefectiblemente.

La curva social y las chicanas

Este indicador, subjetivo claro está, señala que en términos generales “la gente” cumple y acata la prescripción oficial de asilamiento preventivo.  Pero también es cierto que está desgastada por el confinamiento hogareño y, por ende, más susceptible. No sucede sólo aquí, pasa en muchos lugares del mundo. Recientemente en España, bastante cercano a muestra idiosincrasia. Más alejado culturalmente, pero no tanto en el imaginario de clase media y medio alta, en Miami. Cuando se distendieron las medidas, “la gente” salió a las calles y las playas. Algo similar había sucedido aquí los primeros días de la cuarentena, cuando coincidían con los fines de semana largo. Es un indicador. Por esta razón parece “sana” la decisión de los gobernadores y del Jefe de Gobierno de la Ciudad de no permitir las salidas recreativas para que las personas caminen 500 metros por la pista. Obviamente suena complejo que alguien que estuvo un mes encerrado en su casa, “baje” a la calle, y pese a cruzarse con sus vecinos del barrio o del edificio, camine sólo una hora al día a dos metros de distancia de los demás y vuelva a meterse adentro. En los grandes centros urbanos, al menos, suena a quimera. Si bien el Presidente en su esperado anuncio –no hace falta prometer un horario que no se va a poder cumplir- mencionó que los en los aglomerados de más de 500 mil personas nada iba a cambiar, también lo es que dijo que “todos” iban a poder salir a despejarse a cinco cuadras a la redonda. Es más, describió la figura de abuelas/os paseando con sus nietas/os. En temas tan sensibles, una o dos ideas es lo que queda de la comunicación oficial. Al instante, de lo único que se hablaba en los medios de comunicación era de que todas/os íbamos a poder salir a pasear. El domingo se vieron los primeros paseantes, y eso que, por suerte, no fue un lindo día. Mientras tanto, gobernadores del oficialismo y de la oposición coincidían y comunicaban que en sus territorios no iban a permitirse tales salidas, salvo en lugares puntuales. Evidentemente hubo un error en la forma en que el Presidente comunicó la información. Otros argumentan que fue una estrategia de Alberto para que sean los ejecutivos locales quienes carguen con la mala noticia. Es una posibilidad, pero lo concreto es que lo que quedó como lectura política es una desinteligencia o una primera desautorización de la palabra del Presidente. La “no salida” no sumó, restó. Una “curva” que se comió el Ejecutivo, la segunda luego de aquella del viernes con jubiladas/os haciendo cola en los bancos. Pocas para semejante desastre, no llegan a horadar la figura presidencial, pero hay que estar atentos. Es mucho lo logrado hasta aquí, pero también es verdad que toda la situación es de una precariedad absoluta. La película tiene un protagonista con niveles de popularidad inéditos, que reflejan cómo valora la sociedad lo hecho por Alberto Fernández. Ese reconocimiento toma mayor dimensión cuando se lo compara con otros presidentes, quienes falsamente dicen priorizar la economía, y lo único que logran son estragos sociales. Y aquí también hay de esas caricaturas de líderes, como Jair Bolsonaro o Donald Truump: Mauricio Macri, por ejempo, es uno de los firmantes y partícipes de la Fundación Libertad y el Progreso, financiada por Estados Unidos y las grandes corporaciones internacionales, bancos locales incluidos. Desde allí, portavoces de las políticas neoliberales le exigen al Ejecutivo que libere la economía relegando a último lugar el cuidado de la salud pública. “En la Argentina, dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las duras circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudanía rechazaría resueltamente”.  Lo mismo que solicitó el Foro de Convergencia Empresarial, la entidad que reúne a gran parte de las entidades patronales del país. Chicanas, trabas, resistencias de los grandes poderes locales y trasnacionales, en la voz de dirigentes de pequeña estatura ética y política.
La curva del comportamiento social marcó esta semana otra tensión: el motín en las cárceles, en este caso la de Devoto, que se sumó a otras en las provincias de Buenos Aires y Corrientes. En Bs. As. ya hubo un detenido muerto. A quienes pregonan la mano dura, “que se pudran en la cárcel”, con los “asesinos no se negocia”, no hay que explicarle que dos tercios de los presos no tienen condena. Tampoco que “el Poder Judicial le está tirando el problema de la superpoblación carcelaria a los otros poderes del Estado”, como definió Eugenio Zaffaroni, porque es inútil, nunca lo van a querer entender. Sí, quizás, que si se produjera un muy probable contagio masivo en las cárceles, los detenidos ocuparán las mismas camas que el resto de la población, colaborando en la peligrosísima saturación del sistema de salud. Salvo, claro, que aún así quieran que “se pudran en la cárcel”. Una eventual represión desencadenaría una verdadera masacre. Siempre es mejor moral y políticamente la negociación. Y eso es lo que aquí se hizo.

La recta económica

La recta económica es particularmente peligrosa por las lesiones graves que ya se perciben y las que va a dejar cuando la carrera termine. Nuevamente aquí el “éxito” pasa por minimizar los daños y atender a cada uno de los más rezagados. Y en eso está el Gobierno, inyectando dinero por abajo, con créditos a tasa cero y con seis meses de gracia para monotributistas. Y que aún es gobierno en muchos países de la región y el mundo. Además, paga gran parte del salario, inlcuso, de las empresas privadas. Ante semejante crisis social, la ayuda será insuficiente, es innegable, aunque habría que recordar aquello de que cada uno se arregle como pueda, la “meritocracia” discurso oficial hasta hace sólo cuatro meses.
Al mismo tiempo, el gobierno del Frente de Todos está en una de esas picadas en las que se sacan chispas en serio: “la recta” por la renegociación de la deuda externa. No es joda: ésos sí son “Fórmula 1”. Contra ellos está en el “tira y afloja”. Pasó una semana, quedan quince días para la “llegada”: ver si hay acuerdo o default de hecho. La perspectiva es que habrá arreglo; ojalá.
Curvas, rectas y chicanas, en la carrera contra el Covid-19 hay de todo, como en la sociedad argentina, como en todas las sociedades. Contra los/as cipayos/as que siempre ven bien lo que se hace en el exterior y mal lo que hacemos las/os argentinas/os, hasta ahora estamos competitivos, delante de varios países del “primer mundo”, como EE.UU., el Reino Unido, Italia, España, o Brasil en América Latina. A seguir peleándola, quedándose en casa, el barrio o la comunidad, dependiendo de las condiciones socio ambientales.