Salud y Educación

El habla patriarcal

Por Verónica Scardamaglia Lic. en Psicología esp. en Educación (MN 20000)

El habla patriarcal insiste, avanza, avasalla. Produce incomodidad con pequeños gestos, con sutiles miradas, con suaves palabras.

Susurra: “no se lo cuentes a nadie”, “esto queda entre nosotros”; “si hablás, no te van a creer”; “no te conviene decirlo, ¿qué van a pensar de vos?”; “si se entera mamá, le va a hacer mal y no te va a creer”; “vos lo contás a alguien y yo me voy. Y ahí, ¿quién paga las cuentas?”

El habla patriarcal desacomoda lugares, empuja límites, obliga.

El habla patriarcal sabe calar y potenciar moralinas, no sólo las que dicen, se preguntan o piensan “¿no lo habrá provocado?”; “no estará exagerando”; ”y mirá cómo estaba vestida”;  “estaba medio borracha, ¡qué querés!”;  sino también esas que justifican y dicen “en mi época, los piropos hacían que te sintieras halagada”; “hay que darle tiempo, no entiende cómo es la cosa ahora”; “¿estás segura que te dijo eso?”; “esto pasa porque las escuchan demasiado, ¿será para tanto?”; “lo hace de boludo”; “también hay mujeres que acosan”; “¿no habrás entendido mal?”.

El habla patriarcal desacomoda lugares, empuja límites, obliga.

Busca alianzas, sometiendo. Desliza insinuaciones, incomodando. “¿No te querés quedar un ratito más?”; “¿no tenés otra pregunta para nosotros?”; “¡qué caramelito!, ¿no?”; “¿por qué no me das tu celular y arreglamos?”

El habla patriarcal no sabe de partidos, no sabe de instituciones, no sabe de edades ni jerarquías. Anida en casi toda forma de relación.

Tiene el poder de instalar la duda sobre las víctimas. De esquivar las reglas, de trampear los protocolos, de forzar las leyes. Casi siempre encuentra secuaces que prefieren dejar pasar, antes que instalar algo que funcione como freno.

Fotografía, Bárbara
Kurgger

El habla patriarcal consigue retrucar, encontrando figuras que lo habilitan. Inventa con fundamentos legales: un acoso laboral, una licencia psiquiátrica, la falta de pruebas.

Gana ante la incomodidad de dejar a la vista sus opresiones. Tiene la habilidad de que quien la padece, quien la destapa, quien la ve, quien la escucha, quede bajo sospecha y con miedo. Miedo a las represalias, miedo a las consecuencias, miedo a perder el trabajo, miedo a que no te crean, miedo a una denuncia, miedo a que no pase nada con eso.

Por eso, obliga a astucias y complicidades insólitas que crecen cada vez más y demuestran así el tamaño monstruoso de este enemigo. Insistencias que circulan, fugaces, y que logran posibilitar algún tejido de sostén y de sentido. Que traman alianzas y, tantas veces, necesitan denunciar. Denunciar que una piba sufrió acoso, insinuaciones, insistencias por el pajero de turno. Denunciar que ese empleado que trajeron, tiene denuncias y causas penales por violencia de género. Denunciar que el profesor de esta escuela, en la otra, fue escrachado porque alguien frenó el expediente. Denunciar que el que se anotó en el curso, abusó de la vecina y acosó por facebook a una compañera. Denunciar que cajonearon la causa. Denunciar que no activaron el protocolo. Denunciar y aprender todas las astucias posibles para que alguna vez, alguna forma de justicia opere.

Mientras tanto, insistimos y resistimos con persistencia en acciones múltiples e inauditas que inventan posibilidades una y otra vez, una y otra vez.