Adiós a D10S, del mito viviente al mito eterno
Históricamente se debate si Argentina tiene un mito. Si hay uno escrito, ése es El Martín Fierro. Allí se describe qué es eso de “el ser argentino”. En cuanto a mito popular, el pueblo eligió a Diego Armando Maradona como quien mejor expresa esa identidad nacional, virtudes, contradicciones y debilidades incluidas. Tal vez porque se enfrentó a los poderes económicos, a EE.UU., al del fútbol, al de lo grandes grupos de comunicación. Porque se equivocó y pagó. Es por eso que, quizás, el partido contra Inglaterra en 1986 sintetice todo lo que fue D10S, y porqué el pueblo se siente tan identificado con esos 45 minutos: la mayor expresión artística-futbolística del segundo gol gambeteando a media selección inglesa, y el primero mojándole la oreja con la mano. Todo a cuatro años de la usurpación colonizadora en la Guerra a nuestras Islas Malvinas. La dictadura cívico-militar había hecho el resto… Y es con el fútbol, expresión popular argentina por excelencia, con argentinos/as mirándolo por TV, alrededor de una mesa entre amigos y familia, probablemente con un mate compartido que quién sabe adónde habrá ido a parar.
Nuestras limitaciones, también, se expresan en las (des)organizaciones y en las decisiones -fallidas-. Cualquier persona que haya ido un par de veces a una cancha de fútbol, más precisamente a una popular, sabe que esto no podía terminar sino como terminó, mal, y que podría haber terminado muchísimo peor. Con tanta barrabrava pegado a la reja de la Casa Rosada, de los lados de adentro y de afuera; con las fracciones de las distintas barras que hoy se disputan los negocios millonarios del fútbol y que mutaron de aquellos enfrentamientos de los ´80/´90 entre barras de distintos clubes, a los actuales “entre” distintos sectores de una misma barra. Con muy poquito a favor de un sector de una barra, se puede desencadenar una tragedia incontenible. Una cosa es la cultura popular que en las canchas se expresa mágicamente. Otra son las barras, y la cultura barra. Sólo los malintencionados igualan, y mimetizan a la inmensa mayoría sana, en unos pocos delincuentes. De hecho, ayer la gran mayoría fue como siempre, pacífica.
Para el pueblo vivirá en los recuerdos y se inmortalizará en imágenes y videos de goles que se gritarán de generación en generación.
El Gobierno Nacional volvió a cometer un error no forzado, y muy grave. No es el primero. Juega con fuego, literalmente, como ya había sucedido con el cerco a la Quinta de Olivos por parte de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, desconociendo todos los avisos previos a ese hecho desestabilizador. Ahora fue en La Rosada. Primero, la ceremonia de despedida a Diego no debió hacerse en la Casa de Gobierno, en un lugar cerrado en plena pandemia. Tal vez el predio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), en Ezeiza, con accesos amplios, al aire libre y con policía conducida por el mismo sector político, hubiera contenido, en parte, lo incontenible. Segundo, si así se resolvió, y pasa a ser una cuestión de Estado, es el Gobierno el que debe tomar todas las decisiones; no se puede dejar la organización en manos de los deudos. De lo contrario lamentablemente, no se puede realizar en la Casa de Gobierno. Tercero, no se puede quedar en manos de la Policía de la Ciudad una zona liberada para que actúe. Y si fue una orden del “comando organizado”, por acción u omisión, entonces la impericia también es responsabilidad nacional. Es la Policía de Horacio Rodríguez Larreta que reprimió a los sectores populares durante cuatro años, que se infiltró, de civil, en las marchas opositoras al entonces presidente Mauricio Macri. Larreta es oposición al Gobierno Nacional, y de una oposición cada vez más dura y desestabilizadora.
A Diego se le terminó su vida. La trasmisión del mito será oral. Para el pueblo vivirá en los recuerdos y se inmortalizará en imágenes y videos de goles que se gritarán de generación en generación.
Fotografía, Laura Melonio.