política

El Primero de Mayo, Día del Trabajador.

Por Sebastián A. Estrada, profesor de Historia

Hace 135 años, el primero de mayo de 1886, un número no determinado de trabajadores de la ciudad de Chicago, Estados Unidos, morían o eran heridos a manos de las fuerzas policíacas mientras reclamaban la reducción de la jornada laboral a ocho horas.

Las muertes provocadas en esos primeros enfrentamientos darían lugar a nuevas marchas y enfrentamientos, y fue durante una de ellas, tres días después, que luego de que una bomba estallara en medio de la represión, varios dirigentes socialistas y anarquistas fueron detenidos y acusados por el atentado.

Al cabo de un juicio viciado por denuncias y testigos falsos, el disciplinamiento a los trabajadores escarmentaría a los supuestos instigadores con la cárcel y la horca.

Cuatro líderes anarquistas fueron ejecutados y uno se suicidó en su celda como resultado de un proceso jurídico que más tarde se probaría como falso, urdido por diferentes estamentos del Estado y representantes del empresariado con el objetivo de detener el avance de los reclamos de la clase trabajadora. Estos hombres pasarían a la Historia como los mártires de Chicago.

En la Argentina de fines de Siglo XIX, en 1890, el día fue vindicado por primera vez durante un mitin celebrado por trabajadores en el pomposo barrio de Recoleta.

En la Argentina de fines de Siglo XIX, en 1890, -un año después de que el Primero de Mayo fuera establecido por la Segunda Internacional como una fecha de lucha por los derechos de clase-, el día fue vindicado por primera vez durante un mitin celebrado por trabajadores en el pomposo barrio de Recoleta. Pasarían algunos años, y durante los albores del siglo XX, la conmemoración se iría afianzando definitivamente en las agendas de varias organizaciones y agrupaciones obreras de diverso signo, entre las que ya se contaba la poderosa Federación Obrera Argentina (FOA), más tarde Federación Obrera Regional Argentina (FORA.) Como era de esperarse, los cada vez más numerosos actos fueron sistemáticamente reprimidos porlas autoridades. Baste recordar, como ejemplo, aquel mitin anarquista que en 1909 recibió el fuego policial, dejando nuevamente varios muertos y heridos. El infame acto sólo contribuiría a crispar los ánimos, y tiempo después, el responsable de la masacre, el ex coronel del ejército y a la sazón jefe de la policía de la Capital, Ramón Lorenzo Falcón, moría como resultado de la explosión de una bomba que fuera arrojada por el célebre anarquista Simón Radowitzky, quien eludió la pena de muerte milagrosamente por ser menor de edad.

El jefe de la policía de la Capital, Ramón Lorenzo Falcón, moría como resultado de la explosión de una bomba que fuera arrojada por el célebre anarquista Simón Radowitzky.

Con el tiempo, las celebraciones y recordaciones se irían extendiendo, a punto tal que ya no serían materia exclusiva del mundo organizado de los trabajadores. Finalmente, durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, el 1º de mayo quedaría institucionalizado por vez primera como “Día del Trabajo”, caracterización que –sin perjuicio de lo loable de su establecimiento- impersonalizaba la efeméride; trabajo y trabajador no son lo mismo.

Con la avasallante irrupción del movimiento peronista a mediados de la década del ‘40, el Primero de Mayo pasaría a formar parte de la nueva liturgia. Esta vez, el día sería el del Trabajador, pero remozado a través de la impronta del partido que comenzaba a hegemonizar la conducción del movimiento obrero.

El Primero de Mayo, Día del Trabajador
Perón en el balcón un Primero de Mayo.

De esa forma, el Peronismo hacía propia la memoria de aquellos mártires cuya visión de mundo distaba de ser congruente con la suya, a la vez que transformaba la festividad en un símbolo más de su identidad. Los festejos peronistas eran conducidos por su líder y copaban el centro de la ciudad de Buenos Aires, mientras que los actos de las organizaciones no adherentes, socialistas y comunistas en su mayoría, eran relegados a los alrededores o debían realizarse en días previos.

Lo cierto es que, en adelante, el Día del Trabajador cristalizaría definitivamente en la vida social argentina, incluso a pesar de los hiatos originados en las renuencias de algunos gobiernos no elegidos democráticamente.

A la luz de los vertiginosos cambios que se están operando actualmente en el mundo del trabajo, sean éstos por vía de los acelerados avances tecnológicos que precarizan o extinguen fuentes de empleo, o por el insistente reflujo de los intentos flexibilizadores, al momento de festejar la fecha nos conmina a reparar en los trabajadores y las trabajadoras, sujetos y verdaderos motores del trabajo y la producción, del desarrollo y el avance de las sociedades.